lunes , 19 mayo 2025

Zaragoza: la magia y el sabor inconfundible de la «Capital de la Garnacha»

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Algunos lugares merecen la pena disfrutarse a fuego lento, saboreando cada joya de su patrimonio cultural, contemplando sus obras de arte y degustando las propuestas gastronómicas que se van colando por cada rincón. Esto ocurre, por ejemplo con Zaragoza. Y este 2025, más que nunca, se convierte en un destino irresistible para quienes buscan una escapada cargada de emociones, sabores y momentos memorables. No en vano, ha sido proclamada «Capital Mundial de la Garnacha».

Su ubicación privilegiada, a medio camino entre Madrid y Barcelona, hace que llegar sea tan sencillo como dejarse llevar. Pero lo que atrapa no es su accesibilidad, sino todo lo que encierra: más de dos mil años de historia que conviven con una efervescente modernidad, una cultura viva, orgullosa y cercana, y una escena gastronómica y enológica que conquista desde el primer bocado. Zaragoza está más viva que nunca. Y ahora, además, huele a garnacha.

La ciudad de las dos catedrales, La Seo y El Pilar, se disfruta tanto con la vista como con el alma. Pasear por sus calles es descubrir tesoros del arte romano y mudéjar, dejarse sorprender por el legado de Goya en el museo que lleva su nombre, o dejar que el bullicio de El Tubo te conduzca a una barra donde las tapas cuentan historias. Pero en este 2025, hay algo más en el aire. Una promesa líquida, rojiza y vibrante: la garnacha.

 

 

Y es que Zaragoza no se ha limitado a celebrar el vino. Lo ha hecho suyo. Ha tejido un programa único donde cada rincón de la ciudad respira enoturismo. El proyecto más simbólico es, sin duda, el Jardín de la Garnacha, un viñedo urbano que florece en el parque Macanaz, con la silueta del Pilar al fondo. Allí crecen 129 cepas, traídas de las tres Denominaciones de Origen zaragozanas (Campo de Borja, Calatayud y Cariñena) y custodiadas por rosales como en los viñedos tradicionales. Es un jardín para mirar, para oler y, sobre todo, para vivir.

La propuesta se completa con escapadas mensuales que parten desde el corazón de la ciudad y llevan al visitante a descubrir bodegas centenarias, viñedos entre montañas, catas al abrigo de monasterios y mesas donde el vino se convierte en relato.

 

 

La ruta por el Moncayo y el Monasterio de Veruela fue solo el inicio de una agenda que promete ser tan variada como inolvidable. Calatayud y su patrimonio mudéjar, Cariñena y su vínculo con el tren y la cerámica… cada D.O. ofrece su propio universo.

 

 

Un amplio abanico de opciones

Pero la magia también se queda en la ciudad. Zaragoza invita a descubrir todo su potencial enológico y gastronómico, desplegando un viaje sensorial en el que cada paso puede convertirse en un hallazgo.

Una excelente manera de comenzar es con una cata dirigida por expertas como Marta Tornos, quien sabe hilar el relato de la garnacha a través de sus distintas expresiones: la frescura de los vinos jóvenes, la complejidad de los antiguos, la dulzura de la mistela. Todo ello con la delicadeza de quien conoce y ama su tierra.

Ya sea a mediodía o al caer la noche, se puede vivir uno de los momentos culminantes de la experiencia gastronómica en «Es.table», donde el chef Ramses González propone un menú que no solo sorprende al paladar sino también a la vista y al corazón. Su cocina de autor, con estrella Michelin, se arraiga en el producto de cercanía y se presenta con una elegancia que convierte cada bocado en una experiencia. Más que una comida, es una forma de comprender que la cocina zaragozana está en plena ebullición creativa.

Si se prefiere una opción más ligera o para disfrutar del tardeo, nada mejor que un recorrido por las tapas de El Tubo, un auténtico ritual zaragozano que ofrece una excelente alternativa para quienes buscan algo menos copioso pero igualmente delicioso. Es el momento ideal para picar y saborear la variedad de sabores locales mientras se disfruta del ambiente animado de la ciudad.

Y cuando parezca que el día ha alcanzado su punto álgido, o si se desea prolongar la noche, llega la hora de los cócteles. Vale la pena probar las creaciones de bartenders como Borja Insa, reconocido internacionalmente, que logra transformar la garnacha en algo inesperado, envolvente y casi poético. Un guiño moderno a la tradición vinícola aragonesa que demuestra que en Zaragoza el vino también se mezcla, se agita y se reinventa.

La experiencia puede continuar con una velada de vinos premium en Montal, ese templo gourmet que encierra la esencia del buen gusto zaragozano. Cada rincón, cada sorbo, cada plato refuerza una idea: Zaragoza no se visita, se saborea.

Otra recomendación interesante para consolidar la experiencia (especialmente para los amantes del mundo del vino) puede ser visita al Jardín de la Garnacha permite conocer de cerca un proyecto bello, educativo y sostenible. Luego, un paseo entre La Seo y El Pilar, dos joyas del arte sacro que impresionan tanto por dentro como por fuera, puede cerrar el círculo de belleza y emoción.

 

Una escapada con sentido

En definitiva, este destino cuenta con todos los ingredientes para convertirse en todo un reclamo turístico. Y el vino tiene mucho que decir al respecto… no sólo gracias a la amplia y apetecible oferta que hay a su alrededor, sino también a través de festivales, congresos, concursos internacionales y presencia en ferias de renombre. Pero, sobre todo, lo hace con corazón. Con una propuesta que invita a descubrir, a emocionarse y a brindar por la vida.

Porque si algo queda claro después de vivirla, es que Zaragoza no es solo capital de la garnacha. Es capital de las escapadas con sentido. De los recuerdos que se embotellan. De los momentos que fermentan despacio y se quedan para siempre.

BAZAR

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